Los novios llegan al casamiento llevando debajo de la manga la
posibilidad del divorcio si las cosas no salen bien. Cada día se acepta
con más naturalidad la separación de un matrimonio.
Lo interesante es saber que todos los matrimonios llegan al altar
queriendo ser felices y amándose mucho.
¿Por qué, entonces, fracasan los
hogares?
Está probado por la propia vida que para ser feliz en el
casamiento no basta simplemente con querer ser feliz, ni amar mucho al
cónyuge, porque si fuese así, la gran mayoría de los casamientos sería
un éxito.
¿Qué es lo que está faltando, entonces?
“Vivid la vida común del
hogar sabiamente”, dice Pedro. La sabiduría y el equilibrio son dones
que sólo Cristo puede dar. Para que un matrimonio dure toda la vida es
necesario que sea construido sobre bases sólidas, y no apenas sobre
sentimientos y buenas intenciones humanas.
El marido necesita ir cada día a los pies de Jesús y deponer ante él
su intransigencia, su radicalismo, su autoritarismo. Necesita decir:
“Señor, habita en mí por la presencia de tu Santo Espíritu y transforma
mi carácter. Ayúdame a considerar a mi esposa como a ‘vaso más frágil’, y
enséñame a tratarla con respeto y dignidad”.
Jesús, que ve y comprende todo, sin duda irá puliendo las aristas de
nuestro carácter y nos enseñará a vivir la esencia del evangelio en la
“vida común del hogar”.
Ese maravilloso Jesús que está poniendo equilibrio en ese hogar, esta
mañana está dispuesto a entrar en el tuyo y colocar cada cosa en su
lugar. Sólo debes decirle: “¡Señor, acepto!”
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