En el día del Señor, nosotros los creyentes podemos reunirnos para adorar a nuestro "gran Dios y Salvador Jesucristo" (Tito2:13) ya que Jesús, en su infinito amor, cumplió con perfecta obediencia la dificil obra de la redención en la cruz del calvario.
A través de la lectura de algunos pasajes bíblicos, vemos cómo el más fuerte de los fuertes venció a su más grande adversario. Podemos detenernos ante el enorme valor de su sangre, la cual es suficiente para perdonar de una vez y para siempre nuestros pecados (Hebreos 10:12,14).
Reconocemos el valor que el único hombre "Santo, sin mancha, inocente" muriera por nosotros, seres pecadores (Hebreos7:26; 2 Corintios 5:21).
En efecto, "fue necesario que Cristo padeciese" (Lucas24:46), que muriera como nuestro sustituto y que por medio de su sacrificio obrara la gran salvación en favor de todo aquel que le acepta y recibe como su salvador.
Lo consideramos también colgado en el madero de maldición, menospreciado por todos y coronado con espinas a modo de burla. Pero después de cumplida su obra fue exaltado, coronado de honra y de gloria; sentado a la diestra del Padre (Mateo 26:64) y nos envió en su lugar un consolador, el Espíritu Santo.(Juan 14:26)
¿Podemos permanecer indiferentes?
¿No nos sentimos movidos a unir nuestras voces al coro de alabanzas que entonó el apostol Juan?
"Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, y por Él tenemos libre acceso al trono de Dios ya que su sacrificio fue la reconciliación entre Dios y los hombres.
A Él sea toda la gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén. (Apocalipsis 1:5-6).
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