Todos en algún momento hemos sentido en mayor o menor grado amargura; es parte de nuestra humana naturaleza
La amargura, al permanecer, ocupa un lugar en el corazón y se extiende estorbando la operación de la gracia de Dios en la vida del creyente. Por esta causa somos exhortados: “Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe y por ella muchos sean contaminados” (Heb. 12:15).
Piensen un momento en lo vasto de la gracia Dios. Dios es abundante en gracia, pero ésta puede ser entorpecida en un corazón que cultiva raíces de amargura.
Cristo es el remedio al corazón que sufre de dolor.
Cristo es nuestro perdón, y es también quien perdona. La vida de Cristo opera a través de la nuestra, ofreciendo el perdón a quien, incluso –según nuestro perturbado juicio– no lo merece. Así de grande es la bendita obra de Cristo.
A depositar entonces toda confianza en nuestro Creador.
Dios te Bendiga.
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