HEME AQUÍ









Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas; y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado. (Isaías 6:6-7)









El humano nunca conocerá su verdadera identidad hasta que se encuentre con Dios personalmente, si algo tiene que decir el hombre ante la presencia del Dios Santo, es que es digno de castigo y condenación, no hay méritos personales para merecer estar cara a cara con Dios; no hay antecedentes. Lo único que le queda al hombre es reconocer su estado y clamar como el publicano: “Dios, se propicio a mí pecador”.

Cuando Dios trata con el pecado de la persona que se arrepiente, produce tres cosas importantes:


1.   Libra de la culpa del pecado
2.   Libra del dominio del pecado
3.   Rescata de las consecuencias del pecado


 
Una de las cosas hermosas que vemos a Isaías decir es como responde ante el llamamiento del Señor: “Heme aquí envíame a mi”. Esto solo lo pudo decir después del toque divino que santificó sus labios. Así sucede con cada creyente; una vez que ha sido tocado y santificado por la intervención directa del Señor, sentirá la urgencia de ejercer el servicio; no habrá vacilaciones, ni dudas ni indiferencia.




Muchos lectores de la biblia consideramos a Isaías como el príncipe de los profetas. Su llamamiento al ministerio fue dramático y contundente, personal y repentino, ineludible y temerario. Fue un magistral asesor de los reyes de Judá, animó al pueblo a no temer amenazas de los invasores. Fue un incansable proclamador de la fe genuina en el Dios de Israel, un profeta mesiánico que pudo contemplar las glorias del reino venidero y la aparición del siervo sufriente de Jehová. En el llamamiento de Isaías encontramos representado lo que es el llamamiento al ministerio cristiano, para el cual se requiere un concepto claro de lo sagrado, un reconocimiento sincero de la indignidad personal, un toque santificador de parte de Dios y una disposición espontánea de servir al Señor.
El Señor purifica los labios, el corazón el carácter y la personalidad de todo aquel a quien Él toma para enviarlo a proclamar su  palabra.