“… con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz”
Efesios 4: 2-3


En una fría mañana de invierno, dos erizos aparecieron por distintos caminos y se encontraron en el bosque. Como tenían frío se acercaron el uno al otro tratando de darse calor y compañía. Se pusieron de lado, costado con costado, pero se pinchaban. Se dieron vuelta y sucedió lo mismo. Lo intentaron de distintas posturas y no lograban estar juntos sin pincharse el uno al otro.
Por fin uno de ellos más nervioso, habló con tono de enfado: ¡¡ Vengo a tu lado con deseo y buen ánimo, pero es imposible estar junto a ti, porque pinchas por todas partes!!. ¡¡ Eso no es cierto¡¡- respondió el otro, también enfadado-, ¡ el que pinchas eres tú¡. Yo veo tus afiladas púas en tu lomo. ¿No ves cómo sangro por todas partes por causa de tus púas?
Las mismas acusaciones y recriminaciones volaron de uno a otro. Al fin amargados y desalentados se separaron y cada cual se fue detrás de un árbol. Desde allí se miraron con resentimiento y rencor. A la mañana siguiente ambos estaban muertos de frío. Murieron por su incapacidad de relacionarse y armonizar
.